Sobre Diario de viaje a París. Edición revisada
“Además, me han entrado unas aureolas de grandeza como tal vez nunca haya sentido. Me creo notable, muy notable, con un porvenir, sobre todo, de gloria rara. No gloria popular, conocida, ofrecida y desgajada, sino sutil, extraña, de lágrima de vidrio”.
Durante cincuenta años, el Diario de viaje a París, de Horacio Quiroga (1878-1937), fue un texto desconocido incluso para los amigos y biógrafos del autor. A finales de la década de los cuarenta, tras descubrirse su existencia, se publicó una versión anotada por Emir Rodríguez Monegal, de gran valor para los investigadores pero poco atractiva para quienes desearan acercarse a la intimidad personal y literaria del padre del cuento moderno.
Veintidós años, mucho talento y un ego incluso mayor, el joven Horacio emprende un viaje especial, casi romántico, a la gran metrópolis de París. Corre el año 1900, y este amante del ciclismo y el arte visitará la cuarta Exposición Universal, recorrerá el Louvre y conocerá la noche parisina, sus tertulias literarias y sus cocottes. También se enfermará, se quedará sin dinero y hasta sin dignidad, pero nunca perderá la agudeza al describir el mundo (con afilada crueldad al detenerse en sus compañeros de viaje, contertulios y benefactores) y nos dejará vislumbrar al magnífico escritor que ya se asoma en varios apuntes y reflexiones.